Y tomé mi boleto al recuerdo. Siempre pensé que solía recordar muchas cosas de golpe, que conocía muy bien su sensación, su estado. Nadie sabía, ni yo, lo que puede llegar a ser un recuerdo. Pues entré en la nostalgia:
Primer cuadro: Iglesias, religión, hojas secas y la casa de la reja roja, aún con el eterno pedazo de concreto sobre el medidor del agua, donde siempre se acostaba el gato más suave y escurridizo que haya conocido alguna vez. Con seis pequeñas manos, más del alguna vez logramos seducirlo y hacerlo sucumbir bajo nuestros encantos de niñas ejemplo.
Gato acompañado del temor de que la dueña no saliera encolerizada a llamar a "cuchito" y apartarlo de nuestras miradas. Gato seguido por una, antes, opaca plaza (ahora tiene brillantes colores y juegos completos) donde comenzó a aflorar mi femineidad al pasar cada tarde cerca de otros niños que me veían caminar a mi taller de folclore y chiflaban por mis caderas y mis ojos coquetos.
Seguí caminando. Ya no había rosas. Sólo hojas húmedas por la lluvia. Lugar que no me transportó a mis recuerdos de infancia, sino a algún sueño que tuve alguna vez. Olvidado. Ahora está tan claro.
Más adelante, cada almacén era una nueva anéctoda... y las esquinas... y las casas... y la oficina de Correos. Ése almacén sobre todo: el de las sopaipillas con ketchup, el furgón que me traumatizó y sobre todo, el álbum de los dinosaurios en el que podías ganar un barco a escala... el que jamás gané.
Luego del letrero de cloro para piscinas y los aromos goteando se iluminan los primeros signos de la infancia edificada: el colegio. La entrada de la casa del portero seguía intacta: de lata. Las paredes por las que lloraba por millones de razones aún me miraban con lástima. Y el mismo colegio: al parecer quebrando... estando a fines de mayo aún las matrículas estaban abiertas.
¡Qué ganas me dieron de entrar a la capilla! Volver a ser cristiana, educada, "matea" (como vulgarmente se dice); perfecta. Pero no pude...
Decidí caminar por el lugar que no tenía permitido recorrer en ése entonces, pero por el que muchas veces opté, ¿Y qué encuentro? Un escenario, un rincón, una cúpula o un hoyo de ladrillos, como quieran llamarle. Con dos puertas; una grande y una pequeña y sus respectivos timbres con luz verde. Tampoco me atreví a tocarlos.
Se distingue otro colegio: el gigante al que envidiábamos... aún pude escuchar la clase de Ed. Física.
Y seguí caminando ¿Doblo aquí? No, no. Todavía se divisa al fondo un balón de gas sobre un fierro en lo alto, al lado de un almacén. Entonces mis pies automáticamente doblan siguiendo un camino de ladrillos en el pasaje siguiente. Ya no había gas. Mis pies tienen mejor memoria que yo. Todas esas eran las cosas que había olvidado.
Me adentro en una plaza curva, la que siempre miré desde la otra vereda, en la que había una especie de homenaje de concreto que siempre quice saber para quién era. Hoy lo sé: "Carabineros de Challavientos". Me senté en sus bancas, olí al fin su húmeda tierra y toqué sus árboles. La plaza... la plaza que miré desde la otra vereda cada vez que me invitaban a un cumpleaños.
Ahora nadie me conoce. Ahora me miran feo, sólo porque es horario de clases y yo no estoy en ningún colegio.
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