viernes, 26 de junio de 2009
Juan Pablo Castel.-
Y me llamas justo en el momento adecuado. Y rompo en llanto. ¿Cuánto tiempo más he de esperar?
Esa cosa incontrolable y caduca que ataca mi psicopatía constante, que se dirige a tus presencia como luz interminente, me deja ver intermitente.
Me llamas exacto con tu sonrisa que se transporta a kilómetros por hora hasta mi imaginación hipotética. Y era todo chiste. Me crees saciable e inteligible, como si el daño no existiera, como si todos tuviéramos lo que queremos. Y estás tan radiante con tu fantasía, y te reparto mis lágrimas fuera de control porque ya ni principio ni fin encuentran entre tanto secreto y tanto deseo.
Y me llamas de nuevo como ráfaga con tus mensajes anti-subliminales, y magnético me guías. Las lágrimas se me secan en la cara roja, roja de rabia y blanca, blanca de melancolía... y fría te respondo. Quisiera dejar de tener el control de mi silencio y escupir el llanto en un grito agudo. Nos cohibimos con nuestras compañías y necesitamos nuestras vocales suaves para hacernos reaccionar, amarnos en el rincón oscuro, desearnos mientras no existimos.
Y me preguntas qué pasa, amor, si estoy enferma, si lloré, si te quiero, si te sientes mal, si perdón, de verdad... Tragar mi estado de enajenación. Y haces que mi muerte suene hermosa con tu voz de literato, la haces indiferente con tu mirada distraída. Me haces agua con tus sílabas susurrantes, me derrumbo como torre de naipes con tu aliento y me da vueltas la cabeza sin dirección coherente... y trago. Porque si exploto no existo, si exploto me convierto en una máquina de procesos.
Colapso si continúo deseando.
Te extrañaba mi muerte, te extrañaba el sonido extrañísimo de mi voz a través de tanta cablería. Millones de palabras hermosas se tornan cristalinas en tus ojos y compartimos las ansias, cuántas veces maldije tu tragedia, tu historia, que tú mismo convertiste en esta tragedia. Si dejáramos de usar expresiones tan exageradas dejaríamos de ser tan melodramáticos. Hay que hacer algo mágico, hay que usar lo que nos hace errar, convierte tu impulsividad en mi sorpresa y la mía en tu armonía, para que las cosas sean perfectas-no-tediosas.
Y el orgullo que no me permite ni dejarte ir ni dejarlo ir.
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