
Esa angustia que se concentra en el estómago, sube y sube y te atrapa la garganta. Que no te deja respirar. Sollozas, pero no lloras. Te seca. Te seca al punto de no poder explotar y todo eso que hiere y duele queda en tu frágil cuerpo. Te carcome. Te intoxica. Te infecta.
Te llena, te llena tanto que ya no hay espacio para nada, ni para comer ó beber ó sobrevivir, porque ese asco, esas continuas ganas de vomitar que vienen después de la impresión que para el tiempo, viene también con el deseo suicida, el incomprensible en cualquier otro estado. La cobardía de terminar con la propia vida (debilidad) ó la cobardía de no poder hacerlo (miedo).
Y fingir no sentir es más difícil que explicar por qué estás así, pero fingir es más eficiente. Ríes y maldices y corres y te escondes. Vivir de los recuerdos nunca fue tan absurdo, porque el pasado ya no tiene nada que enseñarte, no te da razones para creer y te recuerda... te recuerda... te recuerda...
Cuando dejas de exigir nuevas oportunidades a la vida porque la opción que quieres no la puedes tener ni la haz tenido.
Nunca seré lo suficientemente buena para tí, ni tú nunca serás completo para mí.
Porque tu lista de arreglos es infinita (no sé por qué sigues aquí) y yo siempre sentiré que te falta algo (y no sé por qué sigo aquí).